Basta ya de mala arquitectura y de arquitectos pretenciosos. La modernidad artística, hecho clave en la historia del arte, no merece ser tan maltratada. Actualmente, parece ser que lo importante en el arquitecto, es tener una obsesión particular aderezada de un discurso sentimental que cautive, tanto al público profesional como al usuario. Es, pues, necesaria menos palabrería y más estudio riguroso, porque el amaneramiento del discurso no suplanta la falta de conocimiento.
¿Cuantos profesionales resisten la prueba de fuego del repaso histórico a sus obras?¿Por que a cualquier persona sin conocimiento artístico especifico le parece que cualquiera de los edificios de Mies van der Rohe fue inaugurado anteayer, mientras que los que se construyeron hace tan sólo unos años a todos les parecen pasados de moda?
A nuestro entender, la solución a este problema es doble: por un lado recuperar el sentido profesional del arquitecto de antaño, y por otro, volver a un sistema de concepción de lo artístico -la forma moderna- que jamás debió abandonarse.